‘Olivia y las Nubes’: La película dominicana que rompe moldes en la animación y gana premios internacionales

‘Olivia y las Nubes’: La película dominicana que rompe moldes en la animación y gana premios internacionales

En un país donde la animación apenas da sus primeros pasos, con solo tres largometrajes animados producidos, Olivia y las Nubes irrumpe como una propuesta radicalmente distinta. Dirigida por Tomás Pichardo Espaillat y realizada con un presupuesto inferior al millón de dólares, la película no solo desafía los esquemas narrativos y estéticos del género, sino que también ha logrado una sorprendente recepción en la escena internacional.

La cinta ha sido seleccionada para competir este mes en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara y el prestigioso Festival de Annecy, dos de las vitrinas más importantes del cine animado. Ya suma premios en certámenes como el Festival de Cine de Málaga, Locarno, Stuttgart, Bremen y San Diego, entre otros.

Olivia y las Nubes no se parece a nada que haya salido antes del cine dominicano. Es una exploración íntima y sensorial de las memorias fragmentadas de Olivia, sus vínculos familiares y emocionales, y su relación con Ramón, un personaje tan extraño como entrañable. La historia avanza sin líneas claras entre escenas, saltando libremente entre la infancia, el amor, la maternidad y el duelo, en una narrativa que abraza lo onírico, lo absurdo y lo profundamente humano.

La película transita por distintas técnicas: animación 2D, stop motion, recortes, live action. Esta diversidad no es una casualidad ni un capricho estético, sino una necesidad: en un país sin industria animada consolidada, el director optó por construir su equipo entre antiguos estudiantes y colaboradores autodidactas, cada uno con habilidades distintas. El resultado es una obra donde los cambios de estilo son también cambios de perspectiva emocional: Olivia en su vejez aparece como un collage roto, reflejo de su mente fragmentada, mientras que la joven Bárbara se expresa con colores que se escapan de su cuerpo.

Un proceso artesanal impulsado por la intuición y el juego

Espaillat trabajó durante una década en este proyecto. El punto de partida fue su fascinación con Beetlejuice de Tim Burton, aunque su timidez inicial lo llevó a iniciarse en la animación digital en lugar del cine en vivo. Aprendió técnicas como recorte animado o montaje experimental gracias a trabajos freelance que usaba como espacio de formación. En paralelo, empezó a dar clases de animación, convirtiéndose en mentor de buena parte del equipo que luego trabajaría con él en la película.

Lejos de imponer una visión uniforme, el director incentivó a cada animador a trabajar con libertad creativa. Una de las escenas más llamativas —el cortejo entre Olivia y Ramón, expresado como una danza hipnótica— fue animada por cinco artistas distintos que nunca vieron el trabajo de los otros, a cada uno se le dio una dirección emocional distinta.

Este espíritu de juego atraviesa todo el proceso de producción: en lugar de grabar las voces antes de animar, como es habitual, lo hizo al final para poder modificar escenas libremente. “A veces recibía una animación hermosa y decidía expandirla”, cuenta.

Una obra hecha desde la emoción, no desde la industria

Aunque visualmente rica, lo que sostiene la película es su núcleo emocional. Inspirada en la serie Escenas de la vida conyugal de Ingmar Bergman, Olivia y las Nubes reflexiona sobre la incapacidad de las personas para expresar sus sentimientos. Espaillat, que se define como alguien emocionalmente reservado, encontró en las imágenes un lenguaje para lo que no podía decir con palabras. En sus personajes se proyectan esa represión, esa necesidad de conexión y los intentos fallidos de comunicación.

A través de esta propuesta, el director ofrece algo más que una película: plantea un manifiesto artístico y cultural. En un país donde la animación ha sido marginal, Olivia y las Nubes demuestra que es posible construir una identidad audiovisual propia, sin copiar los modelos estadounidenses o japoneses, sino partiendo del caos, la carencia y la libertad creativa.

Olivia y las Nubes no solo rompe con la lógica de la animación comercial, también redefine lo que puede ser una película dominicana. Su creación es prueba de que las limitaciones —presupuesto, industria, formación— no impiden crear cine con alma y riesgo. Por el contrario, en este caso, se convirtieron en catalizadores de una obra profundamente original que invita a soñar, no con el futuro de la animación dominicana, sino con su presente más audaz.

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